¿De verdad tenemos el poder de elección? Primera Parte

¿Hasta qué punto tenemos el poder de elegir? –Matizando un viejo debate.

En la tradición espiritual de la India existen dos enseñanzas que aparentan ser opuestas:

1) Tú no eres el hacedor, dice el Bhagavad Gītā –porque tu parte de espíritu es testigo puro inactivo y tu parte de mente/cuerpo es simple naturaleza. Dios es la única causa de las operaciones de la naturaleza (o las leyes naturales impersonales, de acuerdo con la filosofía Sānkhya y la ciencia moderna); y

2) El Ser divino, el Tú verdadero (más allá de la mente y la personalidad), es el único Actor, de acuerdo con los Śiva-sūtras, ya que en esencia tú eres eternamente uno con la Divinidad, y nadie más que Tú es quien realiza la creación y la disolución de tu realidad (Pratyabhijñā-hṛdayam).

¿Cómo podemos reconciliar estas enseñanzas aparentemente opuestas? He pasado 20 años contemplando esta pregunta, y es apenas ahora que siento que estoy empezando a entenderla.

Mi madre, quien es un ser perspicaz, me hizo el siguiente cuestionamiento en torno a la elección y la autonomía, surgido a partir de la lectura de mi libro Tantra Iluminado: “Al final de la sección de Teodicea, citas a Víctor Frankl, quien habla de transformar la tragedia personal en triunfo –aprender a cambiarnos a nosotros mismos—y elegir nuestra propia actitud y manera, y también mencionaste el poder de la autonomía. Sin embargo, recién te escuché hablar en torno al hecho de que en realidad no poseemos el poder de elección en la forma en que creemos, y me gustaría que abundaras más al respecto, ya que parece ser una contradicción. Recuerdo que dijiste que nuestro cerebro se desarrolla de tal forma que influye en cómo abordamos las cosas y también en cómo reaccionamos ante ellas. No obstante, me he observado una y otra vez realizando elecciones que le permitan a mi mente enfocarse en una cosa o en otra, realizar una acción u otra, y me parece que la elección sí entra en el juego. ¿Cómo es posible que las personas aprendan cómo hacer que las cosas cambien para ellas si no están conscientes de que es posible elegir a través de hacer una pausa y reflexionar?”

Este es, sin lugar a dudas, uno de los temas más sutiles, y al mismo tiempo más cruciales, de la espiritualidad. Por un lado, sabemos que el Tantra hace énfasis en el Poder de la Autonomía (svātantriya-śakti) como el poder central de la Consciencia, y que casi todas las filosofías espirituales destacan a la elección como el punto focal del perfeccionamiento personal, así como nuestra oportunidad para adherirnos al dharma (acción correcta). Por otro lado, a medida que la ciencia de la neurología avanza, continúa afirmando, cada vez con más fuerza, que no puede encontrar un mecanismo neural que corresponda con el libre albedrío, que toda acción se deriva del condicionamiento, y que lo que pareciera ser elección no es otra cosa que dos piezas de condicionamiento en competencia, donde es inevitable que gane aquella que sea un poco más fuerte que la otra (ver el libro Libre Albedrío de Sam Harris, así como el reciente trabajo de Ezequiel Morsella, entre otras fuentes).

Sin embargo, esto no representa una oposición entre ciencia y religión: podemos encontrar la misma aparente oposición en la tradición Tántrika (Shaiva) misma, cuando afirma que la agencia individual es una una ficción, ya que hay solo un agente y un realizador de todas las acciones: Dios, la Consciencia divina universal, la única causa de todo. En otras palabras (puesto que la visión no dualista no concibe a Dios como una persona o una personalidad), hay un solo patrón de flujo de energía o “inteligencia” que subyace en todo (o al menos, todo lo que existe en el mundo de tu consciencia, que es todo aquello a lo que tienes acceso), y su flujo siempre demuestra ser irresistible.

De acuerdo con esta visión, tu camino espiritual sucede más o menos de esta forma: la maduración de tu karma te alista para el camino espiritual, y entonces encuentras el camino y diriges tu mirada al despertar y/o a la liberación (todas las almas están destinadas a formar esta intención tarde o temprano, ya que es el proceso natural de descubrir tu verdadera naturaleza). Luego, las enseñanzas espirituales de este camino comienzan a reacondicionarte, estableciendo nuevos saṃskāras que son benéficos. Lo que sigue es un periodo en el que parece ser que repetidamente te enfrentas al desafío de elegir entre tus viejos condicionamientos (por ejemplo, destapar una cerveza o mirar televisión) y tus nuevos condicionamientos (como comerte una ensalada orgánica, escribir en un diario tus aprendizajes del día, ir temprano a la cama, etc.), aunque de hecho estás perdiendo mucha energía al concebir todo esto como una elección, y más aún cuando te flagelas a ti mismo por haber tomado la decisión “equivocada”, siendo que “ya debías saber”. Lo que en realidad ocurre es que hay dos conjuntos incompatibles de condicionamientos luchando entre sí, y tú no controlas cuál de los dos prevalecerá en un momento determinado de la forma en que crees que puedes hacerlo. La imagen que tienes de ti mismo como “alguien que elige”, y que puede tomar una elección incorrecta, no es más que una construcción mental, que curiosamente la mayor parte de las veces no te funciona, ya que cuando la elección incorrecta es una posibilidad, elegir puede volverse una carga opresiva, y cuando se ha hecho en el pasado, una “mala” elección se convierte en una fuente de culpa y auto-desprecio. Para mí es lúcido y claro que todo esto es una auténtica locura y una gran pérdida de energía. Cada uno de nosotros está a cada momento haciendo lo mejor que puede con aquello que sabe y con la energía que tiene disponible. El ser que se adjudica el crédito o la culpa por las decisiones “acertadas” o “equivocadas” es mera ilusión, aquello a lo que llamamos ego. No obstante, la tradición enseña algo que parece ser una contradicción: al mirar atrás (ya sea a un momento particular o a una vida entera), te das cuenta que no podrías haber hecho nada de manera distinta; y al mirar hacia adelante, observas que puedes moldear tu propio destino. ¿Cómo pueden ser ambas cosas ciertas (tomando en cuenta que la física nos enseña que el futuro de hecho no es cualitativamente distinto del pasado)? Aquí es donde las cosas se tornan delicadas. Continúa en la Segunda Parte.